lunes, 6 de mayo de 2013

LA MÚSICA INSTRUMENTAL EN EL SIGLO XIX





El siglo XIX corresponde en Música al estilo romántico. En esta época se consolidan cambios irreversibles en la política, la economía y las estructuras sociales que alteran profundamente la sensibilidad y la mentalidad de todo el continente. El crecimiento acelerado de la industria y el comercio, que conlleva a su vez la transferencia gradual de la riqueza y el poder de la nobleza a la burguesía, es un aspecto básico para explicar este cambio.
 Por otro lado, las campañas militares de Napoleón en Europa extendieron con su “Código Civil” un sistema de leyes que destruía las raíces más profundas de los viejos sistemas feudales de gobierno, al mismo tiempo que alentaban el despertar de la conciencia nacional ciudadana en pueblos que hasta entonces se tenían por patrimonio dinástico del rey absoluto y cuyos habitantes no eran sino súbditos del poder real.
 Ya en la obra y en la vida de Beethoven se podían reconocer muchos aspectos románticos y, de hecho, Beethoven será tomado como modelo y su nombre reverenciado por las sucesivas generaciones de compositores románticos, de Schubert a Wagner.
 El Romanticismo introduce en la música un nuevo elemento poético que rompe el anterior equilibrio clásico entre sentimiento y razón, dando preponderancia al sentimiento. El período anterior había manifestado su sentido racionalista mediante la creación de estructuras musicales muy elaboradas, en formas como la Sonatala Sinfonía,el Concierto, etc. El compositor romántico, sin embargo, desinteresado por ese aspecto intelectual de la música, no crea formas ni estructuras nuevas, sino que acepta (o modifica) las ya existentes, considerándolas un simple molde para dar cauce a lo único que verdaderamente le preocupa: la vertiente expresiva y emocional de su arte.





Desaparece el interés por la Antigüedad y surge un espíritu de rebeldía contra el “buen gusto” clásico. Ahora el artista busca su inspiración en las leyendas medievales y en el encuentro apasionado con la Naturaleza, concebida como fuerza indomable, ciega e irracional.
 El individualismo romántico se manifiesta en música a través de la expresión subjetiva de los propios sentimientos. El compositor pone en música sus emociones más íntimas y considera que la función de su arte es la de dibujar, mediante sonidos, su propia alma. De aquí surge también el culto a la personalidad del artista, que lleva a la sociedad a interesarse por la vida de estos creadores, a los que considera superiores y distintos al resto de los hombres. Sus ideas, sus gustos, sus opiniones políticas, sus amores, se convierten en centro de interés para el público y la prensa. Naturalmente, los lazos que antaño habían unido al compositor a un patrón aristocrático o eclesiástico, desaparecen para siempre. Desde que los príncipes Lobkowitz, Kinsky y el Archiduque Rodolfo fijan un estipendio a Beethoven sin contrapartida alguna, con el único fin de asegurarle el sosiego necesario para la creación, hasta que Wagner se establece en la corte de Luis II exigiendo el cumplimiento de sus más fabulosas demandas, la consideración social del artista no hace sino aumentar.
 Otra consecuencia del individualismo es el afán de originalidad. Cada compositor trata de que su obra no se parezca a la de ningún otro y de ahí que vayan a quebrantarse cada vez más las normas establecidas en el Clasicismo, que tendían a someter a todos los artistas a un ideal de belleza común.





En el siglo XIX la música se convierte para muchos en un medio de evasión de la realidad. Es la época de la revolución industrial, de la máquina y el ferrocarril; en las ciudades aparece el fenómeno de la masificación, del proletariado cada vez más hundido en la miseria y en la alienación. Esta realidad deprimente se impone tras las sucesivas revoluciones que conmueven el siglo y que han terminado de entregar todo el poder político y económico a una clase, la burguesía, mucho más interesada en consolidar los fundamentos del sistema capitalista y el principio de propiedad que en los exaltados ideales revolucionarios. Los espíritus sensibles, desencantados y oprimidos por la vulgaridad de su vida cotidiana, se refugian en “el consuelo de las artes” y, principalmente, en la que es considerada la más romántica de todas: la Música.
 Finalmente, ante el deterioro que sufren las creencias religiosas en esta época, muchos intelectuales ven en el arte la única vía posible de acceso a un nivel de realidad que trasciende los límites de la existencia cotidiana. Así lo expresan Hegel, Schopenhauer o Hoffmann, para quienes la música revela al hombre un mundo desconocido e inefable.







Características formales


- La melodía continúa siendo el elemento predominante, sólo que ahora no se concibe como “tema” con vistas a su ulterior desarrollo, sino como vehículo de un sentimiento de carácter esencialmente poético.

- Básicamente, el ritmo de la música romántica sigue siendo regular y constante, pero se observa una tendencia a la inestabilidad rítmica, con recursos como la síncopa, los valores irregulares, etc., que originan ligeros desequilibrios y tensiones, orientados a reforzar el elemento expresivo.

- La armonía romántica es una prolongación de la clásica. Permanece dentro del sistema tonal, aunque ahora se prefieren tonalidades complicadas, con predominio de los modos menores sobre los mayores, y se permite una mayor libertad y variedad para la modulación. En la armonía romántica se desarrolla mucho el cromatismo, que consiste en el encadenamiento de acordes cuyas notas ascienden o descienden sólo medio tono, lo que origina sugestivas e inesperadas modulaciones y, en caso de uso persistente, conduce a la inestabilidad tonal.

- La textura se hace más densa y menos clara que en el Clasicismo, no porque se abandone el uso predominante de la textura homofónica, sino porque lo que antes eran simples acordes de acompañamiento (el “relleno armónico”) se desarrolla ahora hasta rivalizar en protagonismo con la melodía, a la que muchas veces envuelve o incluso sumerge en un torrente armónico.





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