Es el instrumento más grave de la familia de la cuerda desde finales del siglo XVI. El término se asoció antiguamente a la tesitura de la voz humana, indicando la voz más baja del hombre.
En un sentido más divulgativo el término alude a los contrabajos de cuerda de la familia de las violas y violines, esto es, unos instrumentos de arco creados para reforzar la base de la estructura armónica y ser el fundamento de toda la construcción polifónica. Su función en la labor del bajo continuo fue esencial. Tempranamente, Martín Agricola (1529) hizo referencia a un contrabasso di viola de seis cuerdas, que devendrá un instrumento híbrido, puesto que el contrabajo conocido hoy presenta aún los rasgos propios de los violines y las violas.
En realidad hubo contrabajos de diferentes tamaños denominados genéricamente violones. En el siglo XVII se presenta un ejemplar con cinco cuerdas, hombros estrechos y voluminosa panza. En aquella época predominan dos tipos de contrabajos: uno sin trastes, con cinco cuerdas y voluta (familia de los violines) y otro de seis cuerdas (familia de las violas), con diapasón trasteado, oídos generalmente en forma de C, espalda plana y cabeza tallada. En 1722 se presenta un contrabajo de la familia del lirone al que llaman accordo.
Su uso no se generalizó en la orquesta hasta principios de siglo XVII, cuya función era sonar a la octava inferior del violonchelo ya que su sonido es potente y se oye mejor que otros instrumentos de la época, por ejemplo el clave.
El contrabajo apareció por el año 1620, mucho después que el resto de los instrumentos de cuerda frotada de la familia del violín. Muy pronto fue reemplazado por el contrabajo de la viola de gamba, ya que era demasiado grande y pesado. Con el tiempo, el contrabajo de la viola de gamba fue evolucionando hasta convertirse en el contrabajo que conocemos hoy, combinando elementos de la familia del violín. A principios del siglo XVII, ya estaba incluido en las orquestas con la función de sonar una octava más abajo que el violonchelo. Era considerado uno de los instrumentos que sonaba con más potencia y claridad.
El contrabajo tiene una forma muy similar a la del violonchelo y el violín, exceptuando sus hombros caídos, su fondo plano, la parte superior orientada hacia el mango y su poco pronunciado adelgazamiento central que son características de la viola de gamba. El resto del instrumento consiste en lo mismo que el violín y el violonchelo. Su caja está compuesta por el mencionado fondo y la tapa, unidos por el aro que da las curvaturas. En el aro está atornillada la pica, cuya función es el apoyo del instrumento en el piso. Arriba de la pica, sobre la tapa, se encuentra el cordal, que sostiene las cuerdas. Casi al medio de la caja está el puente que sostiene en alto las cuerdas y así adecuarlas a la posición del diapasón que se encuentra en el mango con un ángulo hacia atrás. A ambos lados del puente se encuentras las efes características del violín. El diapasón está a lo largo del mango y no presenta trastes. Termina en el clavijero con su forma de caracol en la punta llamada voluta. El clavijero es mecánico debido a que las cuerdas tan largas y gruesas del contrabajo no son aptas para el sistema de clavijas. Finalmente, tal como en sus familiares, el contrabajo presenta en su interior, la barra armónica y el alma, que son estructuras responsables del sonido especial del instrumento.
A principios del siglo XVII, el musicólogo Michael Praetorius describió un instrumento de cinco cuerdas llamado violone. También conocido como contrabajo de viola da gamba o contrabajo de violón, parece ser el antecedente inmediato del contrabajo actual. La afinación de este enorme prototipo, que medía más de dos metros, era similar a la del contrabajo actual. Los sonidos que producía eran una octava inferior a los que el intérprete leía en la partitura, particularidad que se ha mantenido hasta hoy.
Así pues, puede afirmarse que el contrabajo deriva de una combinación de elementos propios del violín y de la viola da gamba. Del primero conserva, entre otros, las características aberturas de resonancia en forma de “f”, la inclinación hacia atrás del mango, el número de cuerdas –generalmente cuatro- y la terminación en voluta del clavijero. De la viola da gamba, el contrabajo ha heredado el cuerpo con ángulos discretos, el adelgazamiento central y los hombros caídos.
Como es un instrumento de cuerda frotada, el contrabajo también utiliza un arco que consiste en una vara de madera con pelos de caballo tensados. Estos pelos producen vibraciones en las cuatro cuerdas del contrabajo al deslizarse por ellas. Las vibraciones se transforman en sonido al entrar a la caja de resonancia. Para que se produzcan las vibraciones adecuadas, se debe aplicar resina a los pelos de caballo.
El contrabajo se puede tocar de pie y sentado. Si se hace de pie, se debe regular la altura del instrumento mediante la pica, de manera que el puente quede cerca de la mano derecha del artista. Este último lo puede tocar tanto con el arco como con la técnica pizzicato, que consiste en usar los dedos (de hecho en el ámbito del jazz se usa principalmente tocado con los dedos, mientras que en la música clásica predomina el uso del arco). Por ser un instrumento grande, el diapasón es muy largo y requiere que el artista aprenda a usar sus manos con un mayor desplazamiento. Los que tienen las manos cortas, tienen más dificultades.
Las características físicas que ha presentado históricamente el contrabajo no se reducen únicamente a las propias de la evolución temporal. Su procedencia geográfica ha marcado la existencia de diversos modelos que todavía perviven. En general, puede afirmarse que en Alemania se adaptó la silueta de la viola a la construcción del contrabajo. El resultado fue un instrumento con los hombros del casco sesgados y el fondo plano. En Italia, en cambio, se construyeron numerosos ejemplares con esquinas propias del violín y fondo curvo, a pesar de que siguió manteniendo la silueta de las violas. Los contrabajos de los siglos XVI y XVII poseían habitualmente cuatro o cinco cuerdas, aunque en ocasiones podían llegar a tener seis. No fue hasta mediados del XVIII, en que finalmente se estableció la afición por cuartas, que el contrabajo sucedió de forma definitiva a los violones y violas da gambas. A pesar de ello, los compositores no le prestaron demasiada atención durante esos siglos y en muchas obras, como las sinfonias (hasta mediados del clasicismo), se limitaba a imitar la parte del chelo, doblándola a la octava grave. Su gran tamaño, así como las gruesas cuerdas de tripa, lo hacían poco manejable. Estas cuerdas daban un sonido profundo y estaban enrolladas en el clavijero, que entonces era de madera de ébano. Posteriormente, la inclusión de cuerdas más finas hizo posible la reducción del cuerpo del instrumento y, por consiguiente, facilitó la interpretación.
La situación del contrabajo en el ámbito musical del siglo XVIII distaba mucho de ser satisfactoria. Esta agonía se prolongó hasta la entrada en escena de Domenico Dragonetti (1763-1846), que promovió su inclusión definitiva en la orquesta y se convirtió en el primer virtuoso. Pese a sus enormes logros, el italiano no consiguió ver en vida cómo el contrabajo se independizaba progresivamente del chelo en las composiciones para orquesta, aunque sí pudo asistir a la proliferación de sonatas, dúos y tríos específicos para contrabajo (Dúo para viola y contrabajo de Sperger, Trío para violín, viola y contrabajo de Haydn).
Durante los siglos XVIII y XIX el instrumento ganó notoriedad en los salones de conciertos de las principales capitales europeas y pasó a ocupar definitivamente un lugar destacado en el ámbito musical gracias a las innovaciones en la orquestación llevadas a cabo por Beethoven, Wagner, Tchaikovsky, cuyas composiciones le concedieron un mayor lirismo a este instrumento. En 1839, Achile Gouffe llevó el contrabajo a la Ópera de París, escribió el primer método para el instrumento –cuyo número de cuerdas se había fijado en cuatro- e introdujo notables innovaciones tanto en el contrabajo propiamente dicho como en la forma del arco.
En los siglos XVIII y XIX coexistieron tres bajos de cuerda (a menudo afinados en la2, re3 y sol3), que sobreviven en la música folclórica de la Europa del este. Los antiguos bajos de los siglos XVI y XVII tenían cuatro o cinco cuerdas (excepcionalmente seis). Las orquestas de baile modernas añaden una cuerda aguda a los contrabajos, afinada en do3. Hasta el siglo XIX los contrabajistas usaron arcos con la vara curvada hacia afuera en relación con el encerdado; mucho después de que fuera normal el arco curvado hacia adentro en el violín, la viola y el violonchelo. El arco antiguo sigue en uso junto a los arcos modernos desarrollados en el siglo XIX. Entre los virtuosos del contrabajo debemos incluir al italiano Domenico Dragonetti, autor de conciertos, sonatas y diversas reducciones para el instrumento, Giovanni Bottesini el virtuoso por excelencia del contrabajo, al director ruso Sergei Koussevitzky, que también ha escrito para contrabajo, y al contrabajista de jazz estadounidense, Charles Mingus.
Algunos de los grandes contrabajistas son Domenico Dragonetti, Giovanni Bottesini, Franz Simandl, Edouard Nanny y Serge Koussevitzky.
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