viernes, 18 de enero de 2013

¿Cuál es el poder de la música?





¿Cuál es el poder de la música?

¿Cuál es el poder de la música que nos transporta de un lugar a otro?


Para responder a estas preguntas, Didier-Weill sostiene que la música provoca una emoción que tiene dos estados de ánimo simultáneos: una sensación de bienestar y un estado de nostalgia. No podemos medir ni comprender la naturaleza de este "goce nostálgico" ; aparecerá en el instante que se produce esa nota que nos impacta. Weill llama a esta nota "la nota azul". Esta nota nunca es monótona, aunque siempre es la misma, en el sentido de que la nota que puede aparecer en cualquier tipo de música. Aclaremos que el concepto "nota azul" es un "momento de impacto", un acontecimiento, que no necesariamente tiene que ser UNA nota, pudiendo ser también un acorde, o un timbre sonoro, o una escala, etc. El nombre "La nota azul," está inspirado en la pintura de Delacroix de una "Note Bleue", mientras escuchaba tocar a Chopin.




La mayoría de los músicos, compositores y oyentes occidentales estamos familiarizados con la estructura binaria de tensión/relajación. Esto se puede aplicar a diferentes tipos y estilos de música. En los preludios de la Suites para violoncello solo de J. S. Bach, podemos ver cómo cada frase se basa en la tensión entre la armonía y la melodía. Escuchamos con mayor emoción y tensión porque tenemos la esperanza de llegar a esa nota que resuelve y dará sentido a la frase. Esa nota es un ejemplo de la "nota azul". Como ejecutante, es la música la que me dice, con su particular estructura, el momento de la llegada de esta nota. Si intentase poseer o mantener la duración de esta nota a mi voluntad, generalmente terminaría destruyendo el efecto deseado.

El hacer música, como experiencia, pertenece a lo inefable, ( no se puede decir, explicar o describir con palabras) . Mi cuerpo, mi ser consciente-inconsciente, está inmerso en un entusiasta deleite de un presente dionisíaco que, al mismo tiempo, es un "devenir" de un movimiento hacia el futuro. ¿Hacia dónde? Por supuesto, hacia la "nota azul".




La existencia de la "nota azul" está más allá de cualquier conocimiento, porque este punto es la "causa" del sujeto. Como esta "causa" es inconsciente, nosotros también seguimos inconscientes de ella. Nuestro punto de acceso está representado por un movimiento, por una pulsión. Cuando hacemos música, nuestro movimiento corporal y la producción de sonido implican un sentido porque responden a una llamada, una invocación hacia un futuro indefinido. La música es una esperanza de que la espera de ese futuro no es en vano.

Esto podría explicar por qué la música tiene para muchos un profundo sentido, y al mismo tiempo excede el sentido tal como se lo entiende en el lenguaje. Ustedes pueden tener muchas imágenes o sentidos diferentes acerca de la música de Bach: y todos ellos pueden ser válidas interpretaciones de su música. La música es algo que nosotros no podemos categorizar; nos provoca emociones tan fuertes que hace que nos preguntemos "¿qué me está pasando?".

Una consecuencia importante de señalar en esta teoría es que una de las razones del poder de la música es la destrucción del significado. La música entendida así, resulta en un reencuentro con un "Real" que había sido excluido de nuestras vidas. Los intérpretes, los cantantes, todos experimentamos cómo la voz de nuestro instrumento nos conmueve tan profundamente. Cuando a alguien que escuchaba a María Callas en la ópera se le preguntó si él lloraba porque sabía que ella se iba a matar, el respondió: "No, es el sonido de su voz".




La música tiene esta dimensión nostálgica independientemente de su carácter. Es una nostalgia que sentimos como resultado de esta carencia que es estructural en nuestro ser, en nuestras vidas. Quizás ésta sea una de las razones por la que disfrutamos una música triste o melancólica. Víctor Hugo proclamó que la nostalgia es lo contrario de estar triste. Hugo parece tener una visión de "bienestar", de que la nostalgia es una sensación agradable: no es sólo el reconocimiento de nuestra falta, una renuncia al objeto que una vez amamos, sino también una sensación de bienestar que proviene de vivir con esta experiencia de falta. Esta falta, este vacío, puede ser también un vacío habitable de música, en un éxtasis perpetuo.







Las diferencias en nuestra habilidad para apreciar la música se deben, según los científicos, a diferencias estructurales del cerebro y a la exposición a un entorno repleto de melodías. Durante los 90, neurólogos alemanes compararon imágenes de resonancia magnética de 27 pianistas diestros con los de 27 personas diestras que no eran músicos.

Así descubrieron que la parte del cerebro asociada con el procesamiento auditivo era mayor en el hemisferio izquierdo de los músicos, particularmente en aquellos que se vieron fuertemente expuestos a la música antes de los siete años. Incluso se determinó que el cuerpo calloso, un área compuesta por millones de fibras nerviosas que conectan ambos hemisferios, es entre 10% a 15% más gruesa que en aquellos que no son músicos o quienes empezaron a practicar más tarde.

De hecho, Levitin explica que varios estudios muestran que si un niño no se ve expuesto a la música durante sus primeros 10 años de vida, tal vez nunca llegue a desarrollar un gusto por este arte. El experto agrega que no todos quienes escuchan música o aprenden a tocarla desde pequeños se convierten en Mozart, pero sí desarrollan una agudeza particular para identificar ritmos, arreglos y partituras.






La música no sólo afecta nuestro cerebro, sino que modula la presión sanguínea, el ritmo cardíaco y la respiración. Un equipo dirigido por el doctor Luciano Bernardi, de la U. de Pavia (Italia), analizó a 24 voluntarios, la mitad de los cuales eran cantantes semi-profesionales y el resto correspondía a personas sin entrenamiento musical. Al escuchar cinco selecciones de autores como Beethoven, Bach y Puccini, seguidos de segmentos de dos minutos de silencio, los expertos descubrieron cómo los crescendos de cada tema generaron una contracción proporcional de vasos sanguíneos y aumentos en la presión sanguínea y ritmo cardíaco, además de una respiración más intensa.

El análisis también mostró que durante los tramos más sosegados, dichas medidas decayeron. Pero más importante aún es que las secciones más ricas de cada tema, como aquellas existentes en las arias de Verdi y cada una de las cuales dura unos 10 segundos, hacen que el ritmo cardíaco se sincronice con el de la música  Se trata de una compenetración que se dio en ambos grupos de voluntarios, aunque los músicos desplegaron una respuesta más intensa.




¿Por qué las actuaciones en vivo nos conmueven más que escuchar un mp3 en un iPod?, ¿Por qué los músicos pasan años perfeccionando su arte hasta que son capaces de sacarnos una lágrima o una sonrisa? Científicos de la U. Florida Atlantic (EE.UU.) identificaron aspectos claves de una presentación en vivo que activan las zonas cerebrales ligadas a las emociones, además de mostrar, por primera vez, cómo estos pequeños detalles cautivan al cerebro en tiempo real. 

Los expertos grabaron una interpretación de una obra de Chopin, realizada por un pianista profesional, y luego elaboraron una versión digital de la misma pieza en un computador. Al analizar la reacción de aficionados a la música, mediante resonancia magnética, se determinó que la pieza interpretada por un humano -que incluía cambios dinámicos de ritmo e intensidad- generó más actividad en las zonas cerebrales ligadas a las emociones y la recompensa. Y lo que es más importante es que las ligeras variaciones generaron cambios en la actividad neuronal en tiempo real, sobre todo en las áreas motoras responsables de seguir el ritmo y en el sistema cerebral conocido como neurona espejo, el cual se activa cuando las personas observan cómo alguien más realiza una acción que ellas mismas pueden hacer. 





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