Gran parte del público de nuestros días tiende a considerar la ópera como un espectáculo típicamente burgués, opinión que no resulta del todo errada, dado que, aunque la Opera existe, como sabemos, desde el Barroco, es a lo largo del ochocientos cuando desarrolla plenamente las características con que la asociamos hoy. Ciertamente, el siglo XIX, período histórico que asiste a la definitiva y triunfante implantación de la burguesía como clase dominante, social, política y culturalmente, es también el siglo de la Opera.
En toda Europa proliferan compositores que trabajan alentados por la creciente demanda del público hacia este espectáculo musical. Sin embargo, los operistas verdaderamente importantes serán escasos.
Se configuran dos grandes estilos de música escénica cuyas características son opuestas entre sí: el Bel Canto o estilo italiano y el Drama Musical Alemán. Existe además una tercera corriente, la francesa, con la “Grand Opera” y el Drama Lírico, que no cuenta, sin embargo, con ningún auténtico genio entre sus filas.
Características del Bel Canto y principales compositores
La cualidad esencial del estilo italiano es su culto a la melodía y al canto, ligados ambos como vehículos de belleza sensual y expresión del alma. Esta melodía deriva directamente de la canción popular napolitana por lo que, a pesar de la enorme difusión internacional de la ópera italiana, en ella prevalece siempre un inconfundible sello nacional, que debe ponerse en relación con el sentido patriótico-nacionalista de la época y el país que la produce.
El tipo de canto es una derivación del que durante más de un siglo habían consagrado los famosos castrati, como Farinelli o Cafariello, muy expresivo y matizado en los pasajes lentos y enormemente virtuosístico en los veloces.
La orquesta (“la gran guitarra”, según la atinada la expresión popular) está totalmente subordinada a la voz, ya que ésta toma a su cargo el elemento melódico predominante.
Desde el punto de vista estructural, este tipo de ópera apenas modifica los modelos heredados del período anterior. En ella encontramos una obertura, que en ocasiones anticipa algunos temas de la ópera, y la habitual disposición de números musicales cerrados (arias y conjuntos), unidos por recitativos, si bien el recitativo secco se considera anticuado y poco expresivo, por lo que pronto (desde que Rossini lo hace en Elisabetta, Regina d’Inghilterra) tiende también a orquestarse.
El modelo favorito de aria del Bel Canto presenta una estructura AB en la que la primera sección es lenta y expresiva y la segunda, rápida y brillante. Esta segunda sección recibe el nombre de Caballetta, en alusión a su carácter “galopante”.
Gioacchino Rossini se consideraba ante todo heredero de la corriente operística del siglo XVIII. Aunque a él se deben importantes innovaciones estilísticas que cambiaron la fisonomía de la ópera italiana, Rossini fue siempre un defensor de la tradición clásica, que veneraba a Mozart por encima de todo.
Las principales características de Rossini son:
• Melodías llenas de gracia y encanto, ligeras y elegantes, de un sabor inconfundiblemente italiano
• Ritmos claros, marcados y vivaces, que a menudo llegan a producirse de un modo vertiginoso hasta conducir a la música a un verdadero frenesí rítmico.
• Armonías cuidadas, siempre ingeniosas, con modulaciones a veces sorprendentes y, en cualquier caso, mucho más ricas de lo que hasta entonces había sido habitual entre los italianos. En este sentido, se aprecia en su obra un riguroso estudio de la música de Haydn y Mozart.
• Orquestación excepcionalmente rica (que le valió en Italia el apodo de il tedeschino), con cuidado de los timbres y especial atención al grupo de viento-madera, otra cualidad heredada de Mozart.
• A pesar de la importancia que concede a la orquesta, Rossini compone sus óperas con vistas al triunfo absoluto de la voz sobre el escenario, es decir, al más puro y deslumbrante bel canto. Los adornos de la melodía, que pueden alcanzar un grado de dificultad increíble, están todos escritos de su puño y letra, a fin de evitar las improvisaciones de los cantantes.
Gioacchino Rossini
Rossini cultivó tanto el género bufo (El Barbero de Sevilla; La Cenicienta; La Italiana en Argel; El Turco en Italia) como la Opera Seria tradicional (Hermione; Semíramis; Zelmira), además de un nuevo tipo de ópera, de contenido más intimista, dramático y sentimental (La Donna del Lago; Otello; Elisabetta).
Rossini, como Bellini y otros compositores belcantistas, escribía sus partes vocales pensando en los intérpretes que debían ejecutarlas, cuyas posibilidades él conocía exactamente.
Esta es la razón de que, una vez desaparecidas aquellas voces legendarias (Isabella Colbrand, María Malibrán, Giudita Pasta, Arturo Rubini), sus partituras resulten de tan difícil interpretación.
Entre las voces más empleadas por Rossini, debemos destacar las siguientes:
• El tenor rossiniano, conocido también como tenore di grazia, es un tenor muy ligero, especializado en la emisión de cabeza, de timbre claro y delicado, capaz de acometer continuos agudos y apto para a perfecta entonación de notas muy rápidas que sirven de adorno en el canto melismático.
• El bajo bufo, intérprete clave de los papeles más cómicos de Rossini, necesita combinar un timbre profundo con una agilidad inusual, ya que a veces debe afrontar pasajes endiabladamente rápidos para una voz grave, aunque en su caso estos pasajes son mucho más a menudo silábicos que melismáticos. También es imprescindible que posea buenas cualidades de actor, a fin de expresar la comicidad que se requiere de él.
• La mezzosoprano. Es la voz femenina favorita de Rossini. En su opinión, es “la voz de la mujer italiana”, puesto que con su timbre oscuro puede alcanzar mayor grado de carácter y personalidad que la soprano, siendo igualmente apta para el canto de coloratura.
Vincenzo Bellini destaca entre los sucesores de Rossini por la calidad tierna, nostálgica y refinada de sus melodías. Su línea vocal es de una inspiración y una pureza insólitas, en tanto que la orquesta ve su papel reducido al mínimo, como si temiera estorbar la delicadeza expresiva del canto. Entre las óperas compuestas por Bellini en su corta vida, hoy son especialmente apreciadas tres: La Sonámbula; Norma e I Puritani.
Gaetano Donizetti fue un prolífico compositor de óperas, cuya principal aportación al género fue la de dotarlo de un vigor dramático que preludia los grandes logros de Verdi en ese campo. Como en el caso de Rossini y Bellini, su fama se extendió allende los Alpes, en París, Londres y Viena. Entre sus óperas románticas destaca Lucia di Lammermoor, basada en la novela de Walter Scott. También compuso óperas bufas en el estilo de Rossini, como L’Elisir d’Amore y Don Pasquale.
El Verismo
De la saturación emocional del melodrama romántico y de la afición del público de finales del siglo XIX a las escenas de fuerte dramatismo, surgió el verismo, versión musical del teatro realista cuyos planteamientos habría que buscar en el naturalismo literario de Zola, en el teatro de Sardou y en la mezcla romántico-naturalista de Carmen.
Pietro Mascagni fue el más puro exponente de esta tendencia que llevó a la escena lírica la brutalidad y la violencia de la calle en su ópera Cavalleria Rusticana.
A esta sucedió, como una imitación muy bien hecha I Pagliacci de Leoncavallo. En estas obras no interesa ya la sublimación idealista de los héroes, sino la realidad de la vida, con todo lo feo, vulgar o espantoso que pueda tener.
Formalmente, esta escuela se aleja del bel canto y adopta el estilo del recitado y el arioso expresionista que ya había anticipado Verdi en sus dos últimas óperas. Sin embargo, tratándose, al fin y al cabo, de ópera italiana hay siempre en ella una fuerte tendencia al cantabile y a la melodía de amplio despliegue.
El autor más interesante en esta tendencia es Giacomo Puccini, con obras como La Bohème, Tosca o Madama Butterfly, en las que, sin embargo, el elemento sórdido y violento ha sido conscientemente rebajado en aras de un lirismo más bien sentimental.
Pietro Mascagni
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