Debemos distinguir dos tipos de formas dentro de la música instrumental: aquellas que son propias de la música de cámara (sonatas para diversos instrumentos, tríos, cuartetos, quintetos, etc…) y las formas sinfónicas (sinfonía y concierto).
Forma sinfónica es toda aquella que requiere la participación de una formación orquestal de tipo sinfónico.
La orquesta en el Clasicismo es bastante mayor que la orquesta barroca. Las formaciones orquestales para las que escribían Vivaldi o Händel eran, en realidad, lo que hoy denominamos “orquestas de cámara”, en las que frecuentemente no aparecen más instrumentos que los de la familia de cuerda frotada y un clave que realiza el bajo continuo.
En el Clasicismo asistimos al nacimiento de la orquesta sinfónica. En ella, el instrumento que se da en mayor número es el violín, a causa de la importancia del elemento melódico en la música clasicista. Se cuenta aproximadamente con unos veinte violines, divididos en dos grupos de diez, para los que el compositor escribe partes distintas. A continuación tenemos ocho violas, seis violoncellos y cuatro contrabajos, todo ello en número aproximado. Con frecuencia, los violoncellos y los contrabajos comparten la misma escritura a una octava de diferencia. En el grupo de viento-madera tenemos dos flautas, dos oboes, dos clarinetes y dos fagotes. En el grupo de metal el único instrumento que aparece siempre es la
trompa, igualmente en número de dos. A veces se introducen dos trompetas, pero sólo cuando quiere darse un efecto especialmente brillante a algunos pasajes de la composición. El trombón se limitaba a la música religiosa y sólo tardíamente se empezó a admitir en obras sinfónicas de género profano. Entre los instrumentos de percusión únicamente se utiliza con regularidad una pareja de timbales.
La Sinfonía:
Como forma musical tiene su antecedente en la antigua obertura de Opera y en la costumbre de interpretar aisladamente, en los conciertos públicos, esta pieza instrumental. Partiendo de esta función relativamente modesta, la Sinfonía se fue desarrollando hasta convertirse en la forma más noble y ambiciosa de la música instrumental, como ya lo era la Opera en relación con la música vocal.
La sucesión de movimientos en una sinfonía se ordena del siguiente modo:
1) Un primer movimiento Allegro, que adopta siempre la estructura de la forma Sonata y que puede estar precedido de una introducción lenta (en el caso de las sinfonías de Haydn casi siempre lo está).
2) Un movimiento lento (Adagio o Andante), que puede adoptar esquemas distintos, a gusto del compositor. Entre los más frecuentes podemos encontrar los siguientes: Forma de Lied (cuya estructura puede ser ABA o ABAB), forma de Sonata, tema con variaciones (A, A’, A’’, A’’’,…) o rondó (ABACA).
3) Un tercer movimiento, llamado Minueto, en forma de danza de ritmo moderado (ni lento ni rápido), con compás ternario y con una estructura de tipo Da Capo. La sección A suele tener un carácter más rítmico y enérgico, mientras que la central (llamada Trío) adopta un aire lírico y dulce.
4) Un último movimiento, llamado Finale, nuevamente rápido (Allegro, Allegretto, Vivace o Presto), habitualmente muy brillante, con objeto de destacar su carácter conclusivo. La estructura más frecuente para el finale es la de rondó, seguida de la de sonata y la de tema con variaciones.
Haydn ha sido llamado “padre de la Sinfonía” debido a que, aunque no fue propiamente su creador, sí dio a esta forma las proporciones grandiosas con que había de perdurar en la Historia de la Música. Compuso más de cien sinfonías, de las cuales deben ser destacadas las llamadas sinfonías de Londres (las que van de la número noventa a la ciento cuatro), compuestas durante sucesivas estancias en la capital inglesa.
La aportación de Mozart a la Sinfonía hay que buscarla más que en el contenido expresivo de sus obras que en su aspecto formal. Compuso cuarenta y una, de las cuales las que tienen una concepción más moderna y monumental son las que se cuentan a partir de la treinta y seis.
El Concierto:
El Concierto para instrumento solista y orquesta es la otra gran forma sinfónica del Clasicismo. Consta sólo de tres movimientos (Rápido-Lento-Rápido), cuya disposición y estructura es la misma que en la Sinfonía, sólo que prescindiendo del minueto.
Esta forma se lo debe todo a Mozart. Antes de él, se trataba sólo de composiciones “galantes” con vistas al mayor lucimiento posible del solista, con una muy poco importante intervención de la orquesta, que realizaba la función de mero acompañamiento. Mozart llevó a una más elevada categoría artística la forma concierto, utilizando una escritura orquestal mucho más elaborada (con abundante participación del grupo de viento) y estableciendo un verdadero y constante diálogo entre el solista y la orquesta. Además, sus conciertos alcanzan un contenido emotivo (sobre todo en los movimientos lentos) totalmente inaudito en la música de su época.
Mozart escribió conciertos para casi todos los instrumentos, pero con especial preferencia hacia el piano. Nos ha dejado veintisiete conciertos para piano, de los cuales los diez últimos deben contarse entre lo mejor de su producción, pues se trata de obras maestras, cada una dotada de personalidad propia e incomparable con el resto. Unicamente en sus óperas volvió Mozart a alcanzar tal grado de originalidad y profundidad artística. También su último concierto, el de clarinete, pertenece a esta categoría y suele citarse como ejemplo de la sobrenatural belleza que irradian sólo las últimas obras de Mozart.
En los conciertos clásicos existe al final del primer movimiento y, a veces, también de los dos restantes, un pasaje destinado al mayor lucimiento virtuosístico del solista, sin intervención de la orquesta. Este pasaje recibe el nombre de “cadencia” o “fermata” y era frecuente que el compositor no lo escribiese, sino que quedara a ala libre improvisación del intérprete.
El Cuarteto de Cuerdas:
Entre todas las formas musicales que componen la música de cámara del Clasicismo (tríos, sonatas para diversos instrumentos, serenatas para pequeñas agrupaciones instrumentales,…) debemos considerar el cuarteto de cuerdas como el más importante por ser el que presenta una intencionalidad artística más honda. Está formado por dos violines, una viola y un violoncello. En él, el compositor aspira a un equilibrio perfecto entre el elemento horizontal (melódico, contrapuntístico) y el vertical (armónico) de la música. Cada uno de estos instrumentos debe interpretar una parte igual en importancia a las de los otros, sin que ninguno limite su papel al de mero acompañamiento o relleno. Por este motivo la textura de un cuarteto será siempre más complicada que la de una obra sinfónica, pues en ella habrá muchas más ocasiones para el contrapunto. Desde el punto de vista de la armonía, es también en estas obras donde los compositores muestran a menudo el más alto grado de refinamiento.
Como en el caso de la Sinfonía, fue Haydn el primero en dar al Cuarteto este nivel de calidad. Mozart reconoció la deuda que tenía con él dedicándole seis de sus mejores cuartetos.
Por otro lado, los tres cuartetos “prusianos”, así llamados por tratarse de un encargo hecho a Mozart por el rey Federico Guillermo de Prusia, se cuentan también entre lo más destacado de la producción de este compositor.
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