La Sinfonía del Primer Romanticismo:
La obra sinfónica de Beethoven había abierto nuevos horizontes en la historia de la música europea, sirviendo de modelo a los compositores más jóvenes.
En el arte sinfónico del siglo XIX puede hacerse una distinción en dos períodos, cuyo límite se sitúa aproximadamente en la mitad del siglo, de manera que podemos hablar de un primer y un segundo romanticismo. En la primera mitad destacan los nombres de Schubert, Mendelssohn y Schumann; en la segunda, los de Wagner, Berlioz, Liszt, Brahms y Bruckner.
Todos ellos son herederos de Beethoven; pero, mientras los primeros toman como referencia el período beethoveniano central (de la tercera sinfonía a la octava) y no comprenden su último estilo, excesivamente avanzado, los compositores de la segunda mitad del siglo parten precisamente de la Novena Sinfonía y de los últimos hallazgos de Beethoven, para llevar a cabo sus propias obras.
- Franz Schubert (1797- 1828) Nació y murió en Viena, donde llevó una existencia inestable y bohemia. Compuso nueve sinfonías, de las cuales dejó sin terminar la octava (conocida con el nombre de Incompleta). Se caracteriza sobre todo por la inspiración melódica, la delicadeza de su escritura para el grupo de viento (heredada de Mozart) y un uso constante de la modulación, que en él tiene siempre un matiz poético. Sus melodías no se conciben, como en Haydn o en Beethoven, con vistas a un ulterior desarrollo, sino que, llenas siempre de un lirismo tierno y conmovedor, tienen valor por sí mismas.
- Félix Mendelssohn (1809-1847) Pertenecía a una familia de banqueros berlineses, lo que le facilitó los medios de adquirir una vasta cultura y desarrollar sus extraordinarias dotes.
Como director de la Gewandhaus de Leipzig, desenterró las obras capitales de Bach e hizo que sus contemporáneos conociesen la música de Palestrina y Victoria. Fue protegido del Rey de Prusia, que le nombró su Kapellmeister, y de la reina Victoria de Inglaterra, gracias a lo cual desempeñó una notable influencia en la vida musical de su época, que aprovechó para prestar su apoyo a otros compositores, como Schumann y Chopin. Compuso cinco sinfonías que destacan por ser las más mesuradas y clasicistas dentro del estilo romántico. Entre ellas sobresalen la Italiana y la Escocesa, donde, partiendo del estilo descriptivo de la Pastoral de Beethoven, trata de hacer un reflejo sereno y melancólico de los paisajes que le habían conmovido en el curso de sus viajes.
- Robert Schumann (1810-1856) Era hijo de un librero de Sajonia que, desde muy joven, le aficionó a la poesía. Por esta razón, en su música encontramos un elemento de inspiración literario, que toma como base los textos de sus poetas preferidos. Destacó sobre todo en las pequeñas formas para piano y en el lied. Sin embargo, en su madurez se sintió atraído por las formas de gran envergadura y abordó la composición sinfónica. Compuso cuatro sinfonías. De ellas, la primera, titulada Primavera, y la tercera, Renana, derivan igualmente de la Pastoral, si bien no tratan tanto de describir un paisaje como de expresar el sentimiento que produce a quien lo contempla. Aunque se han señalado algunos defectos en la instrumentación de estas obras, dado que su música está fundamentalmente pensada para el piano, lo cierto es que poseen un ímpetu romántico característico que las hace parecer más juveniles y frescas que las composiciones de tipo sinfónico de Mendelssohn.
La Música Sinfónica del Segundo Romanticismo:
La segunda mitad del siglo XIX asiste a la confrontación entre los partidarios de la “música del futuro”, que tiene su mejor exponente en la figura de Richard Wagner, y el grupo conservador y neoformalista, representado por Johannes Brahms. El primero trata de romper con las estructuras formales heredadas del Clasicismo, que habían pervivido durante toda la primera mitad del siglo; el segundo pretende conservar las antiguas formas para dotar a la música de su tiempo de una solidez clásica, sin que por eso perdiera la frescura de inspiración y el aire de libertad románticos. Aunque Brahms era veinte años más joven que Wagner, la batalla finalmente se resolverá a favor de éste.
En opinión de Wagner, Beethoven había hecho estallar la forma sinfónica con su Novena Sinfonía. A su vez, los jóvenes románticos se lanzaron a la búsqueda de contenidos extra musicales en algunas obras de Beethoven, como la Sonata Los Adioses, cada uno de cuyos movimientos tenía un título propio (“Despedida”, “Ausencia”, “Regreso al Hogar”), la Pastoral, la obertura Coriolano o la Sonata Op. 31, núm. 2, de la que el propio compositor había dicho: “si quiere saber qué he querido expresar en ella, lea La Tempestad de Shakespeare”. Finalmente, Berlioz en sus sinfonías programáticas y Liszt en sus poemas sinfónicos fijaron definitivamente para sus obras orquestales un contenido literario concreto sobre el que modelar su desarrollo formal.
- Héctor Berlioz (1803-1869) Es uno de los primeros en hacer sinfonías que no se ajustan a la estructura clásica, sino que adaptan su forma al argumento literario que pretenden desarrollar en sonidos. El resumen escrito de dicho argumento acompañaba al programa de mano que se distribuía entre los asistentes al concierto y de ahí que este género sinfónico reciba el nombre de música programática.
En los cinco movimientos de su Sinfonía Fantástica, Berlioz expone distintos episodios de la “vida de un artista” que vive un amor desesperado. Las distintas apariciones de su amada dan lugar al motivo conductor o “idea fija”, que reaparece, transformado, en cada movimiento y contribuye a unificar la estructura de la obra. Otras obras suyas del mismo género son la sinfonía Romeo y Julieta, Harold en Italia y la Sinfonía Fúnebre y Triunfal.
- Franz Liszt (1811-1886) Nació en Hungría, de padres alemanes. A la edad de doce años marchó a París, que desde entonces fue su verdadero hogar intelectual. Se dio a conocer por toda Europa como virtuoso del piano y fue una de las personalidades más influyentes de la vida musical de su época. Posteriormente se instaló en Weimar como director de orquesta, dando a conocer sus propias obras y las de algunos de sus contemporáneos, especialmente Wagner y Berlioz. Cerró una agitada vida sentimental, salpicada por sus escandalosas relaciones con dos damas de la alta sociedad y una famosa aventurera, ordenándose diácono en Roma. En su obra desarrolló la forma programática, por la que se interesó a partir de una audición de la Sinfonía Fantástica de Berlioz. Desde entonces, su lema fue: “Renovar la música mediante su conexión interna con la poesía”. Así fue como llegó a la creación del Poema Sinfónico, obra orquestal en un solo movimiento, que se basa en elementos poéticos tomados de un texto literario concreto. Entre sus mejores poemas sinfónicos destacan Mazzepa, basado en un texto de Víctor Hugo, y Los Preludios, en un poema de Lamartine.
- Johannes Brahms (1833-1897) Nació en Hamburgo, aunque residió la mayor parte de su vida en Viena. Al contrario que Liszt, fue respetuoso con la tradición y trató de buscar sus modelos en el pasado, principalmente en Beethoven. Rechazó como extravagante la fusión entre música y poesía propuesta por los compositores de música programática. Se ciñó a los esquemas formales tradicionales y mantuvo, sin amplificarla, la formación orquestal beethoveniana. Sus cuatro sinfonías son una mezcla de clasicismo y romanticismo, de inspirada ternura y pesante gravedad.
- Antón Bruckner (1824-1896) De origen rural, carácter modesto y costumbres sencillas, Bruckner fue siempre “no-literario” y nunca experimentó el impulso “programático”. Sus nueve sinfonías expresan otro aspecto del Romanticismo: la concepción mística del sonido. En ellas se expresa un profundo sentimiento religioso: de reconciliación y alabanza a Dios.
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