La música siempre había estado más o menos ligada al teatro español desde sus orígenes, en forma de prólogos (loas), de fragmentos cantados, de danzas. Lope de Rueda y Lope de Vega habían escrito textos para bailes, unas piezas cómicas habladas, bailadas y cantadas, y el mismo Lope de Vega compuso el texto de la primera “ópera” española, La Selva sin Amor, una pastoral completamente cantada que se representó ante la corte.
Unos años más tarde, Calderón creó un nuevo género, mitad hablado y mitad cantado, con El Jardín de Falerina, seguido por El Laurel de Apolo. Llamó a aquellos pasatiempos escritos para Felipe IV “zarzuelas”, nombre tomado del pabellón de caza real donde se estrenaron. La música de estas obras se ha perdido. En cuanto a su contenido, era de corte aristocrático, con numerosas alegorías, episodios mitológicos y escenas pastoriles. A finales del siglo XVII, la zarzuela era ya un espectáculo obligado en las fiestas de la corte, destacando entre sus compositores Sebastián Durón con obras como El imposible mayor en amor, le vence Amor.
En el siglo XVIII la zarzuela se popularizó al extenderse al público de los corrales y de los teatros, como el madrileño de Los Caños del Peral. El libretista Ramón de la Cruz, en colaboración con el músico Rodríguez de Hita, introdujo en ella elementos populares y costumbristas, tal como vemos en Las Segadoras de Vallecas y en Las Labradoras de Murcia.
Hacia 1750 apareció la tonadilla escénica, un pequeño entremés cantado de unos veinte o treinta minutos, que tenía lugar entre los actos de un espectáculo más importante. Vino a ser una reacción nacional contra el italianismo, tan arraigado en los círculos cortesanos desde los años de Isabel de Farnesio y Farinelli. Durante los siguientes cincuenta años la tonadilla dominó en todos los teatros y corrales de comedias. Sus personajes eran castizos y su argumento, invariablemente cómico. Una de las primeras tonadillas de Luis Misón, uno de los creadores del género, tiene como toda acción el diálogo entre un posadero y un gitano. Había tonadillas para un solo personaje o para varios, que podían llegar hasta diez o doce y eran conocidas como tonadillas a dos, a tres, etc. En algunos momentos también se cantaban a coro.
En estas piececitas vivaces los ritmos y aires populares se daban aún más libremente que en las zarzuelas. Sus cantantes gozaron del entusiasmo del público y la fama de algunos ha llegado hasta nosotros, como es el caso de La Tirana, célebre tonadillera retratada por Goya.
Entre los principales títulos y autores de tonadillas merecen citarse La Viuda y el Doctor, de Cañizares, El Chasco del Casamentero, de Antonio Guerrero; o La Vida y Muerte del General Malbrú, de Jacinto Valledor.
Después de unos treinta años de pujanza, la tonadilla cometió el error de cambiar el tono satírico y costumbrista, que había sido su rasgo más sobresaliente, por un carácter pesadamente moralizante, a imagen y semejanza del drama burgués en Francia. Su música, hasta entonces inspirada en puras tradiciones nacionales, sufrió finalmente la influencia del italianismo operístico. Todo ello supuso su decadencia inevitable.
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