lunes, 4 de febrero de 2013

Edvard Grieg




"El Chopin del Norte" es como algunos han dado en llamar a Edvard Grieg, compositor noruego nacido en 1843 en la ciudad de Bergen. Y, en efecto, Grieg tiene en común con el maestro polaco una veta de inspiración que los hizo particularmente únicos: un especial don por convertir la música en la más exquisita poesía.



Su madre, notable pianista, fue quien inculcó en Edvard el amor por la música y quien le diera sus primeras lecciones de música. Muy pronto, el joven artista empezó a mostrar sus brillantes cualidades, y fue gracias a la recomendación del violinista Ole Bull, que fue enviado al Conservatorio de Leipzig en 1858. Allí tuvo el privilegio de aprender contrapunto, composición y piano con Richter, Reinecke y Moscheles. Más adelante, en 1863, se trasladó por un corto período a Copenhague para proseguir estudios con el compositor danés Niels Gade. Fue justamente en Copenhague donde entabló relación con dos artistas que habrían de marcar su estilo composicional: Hans Christian Andersen y Rikard Nordraak. Este último despertó en Grieg el interés por buscar las raíces del folklore escandinavo como veta de inspiración musical.





Considerado el principal representante de la música nacionalista de Noruega.

Grieg es recordado por la mayoría de los amantes de la música por dos de sus obras más significativas: su Concierto en la menor Op. 16 para piano y orquesta, y las dos suites de la música incidental para el drama Peer Gynt de Henryk Ibsen, escrita por encargo del propio autor. Sin embargo, nos encontramos ante un compositor sumamente prolífico; autor, entre otras obras, de un vasto repertorio de piezas para piano, instrumento que -al igual que para Chopin- era su medio vital de creación. La música de Grieg está intensamente relacionada con la cultura nórdica, en especial la de su natal Noruega: el paisaje, los fiordos, las danzas populares, los personajes. Su ideal era el de crear un estilo nacional que pudiera conceder a su pueblo una cierta identidad. No en vano sus obras reflejan, por así decirlo, un dialecto musical propio e inconfundible pero, ante todo, un lenguaje artístico cargado de un lirismo que proviene de lo más profundo de las entrañas de su autor.



Algunos podrán considerar que la música de Grieg adolece de un problema estilístico, y es que la mayoría de sus obras tienen una sonoridad bastante parecida. Esta característica no ha sido infrecuente en la historia de la música; recordemos por ejemplo casos similares en las obras de Antonio Vivaldi o, más recientemente, en Joaquín Turina o Astor Piazzolla. Sin embargo, Grieg logró involucrar, como ningún otro compositor, la música popular de Noruega en sus miniaturas, algo que la Historia de la música le debe reconocer.




Quizás por su personalidad más bien introspectiva, no era Grieg un compositor con grandes aspiraciones de fama y reconocimiento. Como la mayoría de los compositores románticos, se sentía más a gusto dándole vida a pequeñas miniaturas o piezas de carácter que a obras de más envergadura como sonatas, sinfonías o conciertos. De allí la gran producción de obras pianísticas como las diez colecciones de Piezas Líricas, las Danzas Noruegas o las Humorescas, así como sus numerosas canciones, mayormente dedicadas a su esposa y eterna compañera, la cantante Nina Hagerup. No obstante, sus intentos por crear obras de formato mayor no resultaron para nada infructuosos. Con excepción de su Sinfonía en Do menor, obra de juventud que ha quedado prácticamente en el olvido, composiciones como sus tres Sonatas para violín y piano, su Sonata en mi menor y la Balada Op.24 para piano solo, su Cuarteto para cuerdas en sol menor y la Suite Holberg son obras de una calidad excepcional y de una belleza indiscutible. Y, por supuesto, su Concierto para piano se ha convertido en una obra obligada dentro del repertorio pianístico, y que nunca dejará de cautivar –tanto a quien la escucha como a quienes la interpretan- por lo sublime de su inspiración.




La producción de Grieg, solamente en obras para piano, es vasta. Es lamentable que su música no se ejecute con la frecuencia debida, ya que contiene un sinnúmero de hermosas gemas musicales. La Balada en Sol menor Op. 24 es sin duda su obra pianística de mayor envergadura. El crítico alemán Walter Niemann la describía como “la más perfecta unión entre Noruega y su gente, de su agónica melancolía por luz y sol y, al mismo tiempo, la más perfecta unión entre Grieg, el hombre, y su música.” Las colecciones de Piezas Líricas, compuestas entre 1867 y 1901, consisten en sesenta y seis piezas de carácter que ofrecen una enorme variedad de estados de ánimo, desde lo ligero y caprichoso hasta lo melancólico y elegíaco. Muchas de ellas retratan diferente facetas del paisaje noruego; otras son simplemente obras sentimentales y reflexivas. Entre ellas, algunas de las más conocidas son “Mariposa” (Op. 43 n.º 1), “Marcha de los gnomos” (Op. 54 n.º 5), “Nocturno” (Op. 54 n.º 3) y “Día de Boda en Trollhaugen” (Op. 65 n.º 6).



Grieg escribió alrededor de 150 canciones. Sus primeras obras en el género se identifican con la cultura alemana, en el estilo de Schumann, e incluso están basadas en poemas de Heine y Chamisso. Más adelante, el estilo noruego se apoderó también de sus canciones, y encontramos obras inspiradas en poemas de Ibsen y Andersen, entre otros. Entre ellas sobresalen la “Canción de Solveig” (extracto de Peer Gynt), “El Cisne” y “Jeg elske dig” (Te amo).




A pesar de su condición enfermiza, Grieg no dejó de componer, tocar el piano y dirigir a lo largo de toda su vida. Edvard Grieg dejó este mundo el 4 de setiembre de 1907 en la misma ciudad que le vio nacer. Invito al lector, en el año del centenario del fallecimiento de este gran compositor noruego, considerado como un héroe nacional en su país, a escuchar más de su música y a apreciar la poesía que emana de sus composiciones.







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